Tokio. Se sufrió; se ganó y se conquistó una valiosa medalla de bronce. España se impuso a un Egipto, muy rocoso: 31-33. De nuevo, un final agónico. Foto

En la Final de consolación, de los Juegos Olímpicos de Tokio, España conquistó su cuarta medalla olímpica, tras un duelo durísimo ante un Egipto, muy rocoso, que nunca se dió por perdido, a pesar de ir siempre por debajo en el marcador. Se sufrió; se ganó y así se logra un bronce histórico, que sirve para decir adiós a una generación irrepetible en el balonmano español.

Como nos ha tenido acostumbrados España en Tokio, hasta el último suspiro, hemos estado con el corazón a descubierto. Ante Egipto, el equipo de Jordi Ribera siempre controló el marcador, con mucha bola en posesión y buscando el momento oportuno para los lanzamientos.

Tres nombres hay que destacar en el juego coral de España. Raúl Entrerríos fue la batura andante que dirigió el juego hispano y, como rúbrica última, marcó el tanto que cerraba la victoria histórica de un equipo, que cierra un ciclo olímpico de forma memorable.

El otro héroeo , como siempre, ha sido Alex Dujshebaev, que en los instantes decisivos sacó su magia para marcar. El gol de cadera, de abajo arriba, en el último suspiro es para hacer un monumento histórico en el recuerdo de una saga interminable, por ahora.

Y, por último, reconocer que el secreto de este bronce está en las sabias manos de un maestro, todo un gran técnico, que ha sabido llevar entre algodones una generación, que no se volverá a repetir. Jordi Ribera, enhorabuena.

España se impuso por: 31-33. En el descanso: 16-19. En la primera parte, Julen Aguinagalde se lesionó en el tobillo izquierdo. En el minuto 50, Egipto emparaba a 27 tantos, pero España acertó con ataques largos para controlar el resultado.

Eso sí: se sufrió como siempre...

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Foto RFEBM. Raúl Entrerríos, el gran capitán.